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Residencia
de Estudiantes
Museo Colecciones ICO
Palacio de Sástago.
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Luis
Buñuel. El ojo de la libertad
«1900. Los hijos de los inválidos
se hacen cortar la barba», escribía Péret en 1928. Luis
Buñuel, ferviente lector del poeta francés, había
nacido en aquel año y, como buen hijo del siglo, ya había
puesto sus barbas a remojo por lo que decidió dedicar su navaja
de afeitar a un menester más útil: con un tajo decidido,
con la misma inexorabilidad que una nube desflecada corta la luna, dio
un profundo corte a la órbita de un ojo y abrió un abismo
por el que se precipitó hacia el corazón de las tinieblas,
como antes lo habían hecho Darwin, Freud, Lautréamont o
Sade. Como ellos, Buñuel penetró hasta el centro del laberinto
y examinó los fantasmas que en él habitan, fantasmas que
surgen de la lucha entre las maravillas del mundo y su lado más
oscuro, fantasmas semejantes al de la libertad. En cierto modo, Buñuel
había seguido el consejo de Friedrich: «Cierra
tu ojo físico a fin de ver con el ojo del espíritu».
En ese laberinto, desde el mismo momento en que rodó su primer
plano, Buñuel desarrolló su cine, y para desentrañarlos
el laberinto y su cine es necesario atravesar todas y cada
una de las grandes tormentas sociales, culturales y políticas
de nuestro siglo. Porque Buñuel acampó bajo todas ellas
siguiendo una biografía definida por el exilio y la movilidad permanente,
lo que le permitió asimilar en su obra las matrices culturales
de los distintos momentos y lugares en que vivió y trabajó:
la tradición negra de la cultura española, Ramón
y el Madrid ultraísta, la euforia y vitalidad de la Residencia
de Estudiantes, la revelación del surrealismo francés, los
gérmenes indigenistas y populares de la cultura mexicana... sintetizadas
todas bajo el prisma del cine como arte que atraviesa de punta a punta
el siglo XX.
Para desentrañarlos el laberinto y su cine, hemos elegido
como forma de explicarnos una exposición, en cuya selección
de obras subyace el deseo de ampliar el universo de imágenes de
Luis Buñuel con aquellas otras creadas por diferentes artistas
con quienes mantuvo especial relación a lo largo de su vida; una
exposición planteada como un recorrido sensible, guiado por intuiciones,
rebeliones y entusiasmos que traza, al mismo tiempo, el camino que siguió
un cineasta sin fronteras y la crónica cultural de este siglo que
ya se despide, de la mano de quienes, de una manera u otra, le acompañaron
en los diferentes momentos de su biografía. Una exposición
que propone otra forma de mirar la obra de un cineasta que, con ocho años,
abrió por primera vez sus ojos a la luz proyectada sobre la pantalla
del zaragozano cine Farrusini para fijarse, de entre los múltiples
fantasmas que la poblaban, en uno al que permanecería fiel toda
su vida: el de la libertad.
Juan José Vázquez
Comisario
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